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Sakura: la flor que nació del amor

El Sakura o flor de cerezo es uno de los símbolos más emblemáticos de Japón. Su delicada belleza y su efímera duración han inspirado a poetas, artistas y filósofos durante siglos. Pero ¿sabes cuál es el origen de esta flor tan especial? Según una antigua leyenda, el Sakura nació del amor entre un árbol solitario y una joven llamada Sakura.


Flor de cerezo [Foto: Pexel]
Flor de cerezo [Foto: Pexel]

La leyenda del árbol que nunca florecía

Hace muchos siglos, en el antiguo Japón, los señores feudales libraban cruentas batallas por el control de las tierras. El país estaba sumido en la guerra y la tristeza. Solo había un lugar donde reinaba la paz: un hermoso bosque lleno de árboles frondosos que exhalaban delicados perfumes.

Entre todos esos árboles, había uno que nunca florecía. Era un árbol grande y fuerte, pero sus ramas estaban siempre desnudas. Parecía condenado a no disfrutar del color y el aroma de la floración. Los animales y las plantas le temían y le evitaban, creyendo que estaba maldito. El árbol vivía solo y triste.

Una noche, un hada del bosque se apiadó de él y le ofreció su ayuda. Le dijo que le haría un hechizo que duraría 20 años. Durante ese tiempo, el árbol podría sentir lo que siente el corazón humano. Tal vez así lograría emocionarse y quizás volvería a florecer. El hada le dijo también que gracias al hechizo podría convertirse tanto en planta como en ser humano, cuando así lo deseara. Pero le advirtió que si al cabo de los 20 años no recuperaba su vitalidad y brillo, moriría inmediatamente.

El árbol aceptó el trato y probó a vivir como hombre durante un tiempo. Sin embargo, solo encontró odio y violencia entre los humanos. Desilusionado, volvió a ser árbol durante una temporada. Así pasaron los meses y los años, sin que nada cambiara para él.

El encuentro con Sakura

Una tarde, cuando se había convertido en humano otra vez, caminó hasta un arroyo cristalino y allí vio a una hermosa joven. Era Sakura, una campesina humilde pero alegre que vivía cerca del bosque. El árbol quedó prendado de su belleza y se acercó a ella.

Ella también se sintió atraída por el extraño forastero y pronto entablaron una conversación amistosa. El árbol le preguntó su nombre y ella le respondió que se llamaba Sakura. El árbol no lo sabía, pero ese era el nombre que tendrían sus futuras flores.

Los dos jóvenes se hicieron amigos y empezaron a verse con frecuencia en el arroyo. El árbol le contó a Sakura su historia y ella le confesó que su padre la quería casar con un señor feudal cruel y ambicioso. El árbol le prometió que la protegería y que no la dejaría caer en manos de ese hombre.

Con el tiempo, el árbol y Sakura se enamoraron y decidieron escapar juntos. El hada del bosque les ayudó a encontrar un refugio en lo más profundo del bosque, donde nadie los molestaría. Allí vivieron felices durante varios años, compartiendo su amor y su alegría.

El milagro del amor en la leyenda del Sakura

El amor de Sakura hizo que el árbol recuperara su vitalidad y brillo. Sus ramas se llenaron de brotes verdes y sus raíces se hundieron más en la tierra. El árbol se sentía más vivo que nunca y esperaba con ilusión el momento de florecer.

Pero el destino les tenía reservada una prueba. Un día, el señor feudal al que Sakura había rechazado descubrió su escondite y envió a sus soldados a capturarla. El árbol trató de defenderla, pero fue herido de gravedad por las espadas enemigas. Sakura también fue herida al intentar protegerlo.

Los dos amantes cayeron al suelo, bañados en sangre. Con sus últimas fuerzas, se tomaron de la mano y se juraron amor eterno. Entonces, el hada del bosque apareció ante ellos y les dijo que habían pasado los 20 años del hechizo. El árbol debía morir, pero antes le concedería un último deseo.

El árbol le pidió al hada que convirtiera su sangre en flores y que las esparciera por todo el bosque, para que Sakura pudiera verlas siempre que quisiera. El hada accedió a su petición y transformó la sangre del árbol en miles de flores blancas y rosadas, que cubrieron las ramas de todos los árboles del bosque.

Sakura, al ver el milagro, sonrió y cerró los ojos. Murió junto a su amado, pero su espíritu se quedó en el bosque, rodeada de las flores que él le había regalado. Desde entonces, el amor de ambos perfuma los campos de Japón cada primavera.

Significados y simbolismos de la flor de cerezo

La leyenda del Sakura es una de las muchas historias que intentan explicar el origen y el significado de esta flor tan admirada en Japón y en el mundo. Según la cultura japonesa, el Sakura representa la transitoriedad de la vida, pues sus flores duran muy poco y luego caen al suelo, creando un espectáculo de pétalos que parece nieve.

El Sakura también simboliza la pureza, la elegancia, la nobleza y el renacimiento. Es una flor asociada a los samuráis, los guerreros japoneses que vivían con honor y valentía, dispuestos a morir por su causa. Asimismo, el Sakura es un símbolo de amor, especialmente del amor no correspondido o imposible.

El Sakura es una flor que inspira admiración y respeto, pero también nostalgia y melancolía. Su belleza es efímera, pero también eterna. Su fragancia es dulce, pero también amarga. Su color es alegre, pero también triste. Su forma es simple, pero también compleja. Su mensaje es claro, pero también ambiguo.

Es una flor que nació del amor y que vive por el amor.

Es una flor que nació del amor y que vive por el amor. Nos recuerda que la vida es un ciclo, que todo tiene un principio y un fin, que hay que disfrutar el momento y no aferrarse a lo material. Es una flor que nos invita a reflexionar sobre el sentido de nuestra existencia y sobre el valor de nuestros sentimientos.

 

Fuentes:

  • García, M. (2018). El simbolismo del cerezo en flor en la cultura japonesa. Revista de Estudios Asiáticos, 6(1), 45-601

  • López, J. (2019). La leyenda de Sakura: una aproximación al folclore japonés desde la literatura comparada. Anales de Literatura Comparada, 9(1), 123-1382

  • Martínez, A. (2020). La flor de cerezo en el arte japonés: historia, estética y significado. Arte y Cultura Visual, 3(2), 67-823

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